Letra Crítica
“mi nombre es rojo”, de Mercedes Díaz Villarías. Plurabelle. Córdoba.
(Premio María Isidra de Guzmán de Poesía 2004).
Por Antonia Ortega Urbano
“Mi nombre es rojo”, parece edificado en la periferia de una ciudad industrial, a lo largo de una carretera llana e interminable, en un paisaje de pozos petrolíferos bombeando crudo. Mercedes Díaz parece una experta en el proceso de refinación del petróleo, aplicarlo a las palabras, establece un símil con la materia bruta de las mentiras hasta que tropieza con la verdad, es lo que vemos de golpe, lo que percibimos en bloque.
Ojear una revista, la selección de historias e imágenes de una época, de un siglo en retrospectiva que se acaba. Un desfile de personajes con vida propia, y secuencias entrecortadas de historias enmarcando un estado de ánimo, la adopción circunstancial de la piel de los otros, el reflejo mínimo que nos acoge, habitaciones de motel y un laberinto de otras vidas como invitado de honor en la nuestra, en la suya como gran pantalla.
Mi nombre es rojo es el título, el nombre de un cine-club, un neón rojo destellante, el sueño viajero y prolongado de quien al cerrar los ojos cruza el atlántico, y en ese estruendo se aferra a la barandilla de un trasatlántico a toda velocidad. Es un cuerpo y es un templo, una ofrenda para sus mencionados.
“Mi nombre es rojo” es sentirse en la piel de quien va por la vida sabiéndose protegida. El ritmo de este libro no es en nada parecido a ninguna otra publicación reciente que haya caído en mis manos, son los filamentos de un ritmo eléctrico que va dictándose desde un latir de certidumbre, en la aseveración de hechos. Nace del cuero negro de los zapatos de Arethla Franklin, y traspasa el corazón del amante de la China del Norte de Margarithe Duràs. Mercedes Díaz, es poseedora de una maestría encomiable en el tratamiento de la ternura, la dosis exacta que conecta inmediatamente con un erotismo apenas sugerido.
Más que glamour sobradamente retratado, añade el componente de lo sexy, sin llegar casi nunca a lo sexual, la caricia, la piel divina o la boca carnosa, retratan el deseo en la atmósfera no contaminada, la fuente, “pg.31. /Toda mi energía erótica se esfuma en ser estrella.../” El lado amargo, el superlativo de lo tecnológico en perjuicio del amor, lo estático y la aclamación, pedir auxilio desde las células, la perfección imperfecta, el sueño y la pasión imantada de la modernidad. El diálogo pocas veces interrumpido con ese Señor, a veces loado, encomiado, repudiado, cuestionado, respetado, amado, omnipresente, ineludible.
El lenguaje, parte de un sobreentendido aburrimiento, resulta una especie de desafío entre líneas para lo que las editoriales de poesía contemporáneas osan destilar, reeditar. Es un lenguaje moderno, dinámico y renovado; sustituye. La calidad musical, el formato de los poemas, - el mismo desde su primer libro, ‘Enviada Especial’-, una espeluznante tendencia narrativa más vinculada con la narración fílmica (/con sus continuas acotaciones/) que con el ejercicio poético o la narración literaria.
Es una voz guiada más que por una ingenuidad plena de intuición, “pg.18/.Señor, podría preguntarte cómo se te ocurrieron los sonidos vocales del idioma francés?/”, por los reflejos de quien se sabe amenazado por las cosas que se despiertan, que acechan mientras ella duerme.